1611. Revista de historia de la traducción

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En 1611 aparecieron dos obras de gran importancia en sus respectivas culturas: la versión de la Biblia realizada bajo los auspicios del rey Jacobo I de Inglaterra, que habría de dejar una profunda huella en la literatura inglesa, y el Tesoro de la lengua castellana o española del capellán de Felipe II, Sebastián de Covarrubias, el primer diccionario del castellano. También en 1611 se incorporó a esta lengua la palabra traductor.
Sin embargo, esta fecha también merece ser recordada por otra razón. En 1611 Johannes Fabricius publicó De maculis in sole observatis, un opúsculo que afirmaba la existencia de manchas en la superficie solar. A pesar de las observaciones chinas y las menciones de algunos autores clásicos, en Occidente se había impuesto a lo largo de los siglos la visión aristotélica del Sol como un astro perfecto e inmóvil. El descubrimiento de que, por el contrario, el Sol era imperfecto y se movía supuso el fin de la idea de la incorruptibilidad de los cielos. Debido al fácil traslado del ámbito de la física al de la teología, dicha idea había adquirido la categoría de dogma de fe y se consideraba que su refutación sacudiría los cimientos mismos de la religión revelada.
También la traducción parece el vehículo destinado a mostrar las oscuridades de lenguas y culturas. El antiguo y permanente trasvase entre las culturas desmiente uno de los dogmas más implacables desde el Romanticismo: la férrea creencia en el carácter puro y original de las civilizaciones. La historia de la cultura es una historia de traslados y apropiaciones, una afirmación permanente de que las ideas, los relatos, los dioses, las visiones del mundo han peregrinado de lugar en lugar y de lengua en lengua. Rastrear el inicio es renegar de los mitos de origen porque, a menudo, lo que se encuentra es una mancha imprecisa y probablemente traducida de alguna lengua ignota.
Y hay además —como reveló Walter Benjamin— otras oscuridades en las lenguas mismas. El idioma, cada idioma, ese astro perfecto e inmóvil, muestra su rostro oscuro cuando, en manos de un traductor, debe convertirse en otro idioma. Se deshacen así, hasta convertirse en polvo, la mansedumbre del hábito verbal, la confianza en el instrumento, la certidumbre de que las palabras pueden decirlo todo.
Las dos oscuridades, la de la historia, la de las lenguas, se escenifican en los textos mayores y menores de una tradición cultural. Nuestra voluntad como historiadores de la traducción es mostrar aquellos escenarios relevantes del mundo hispánico. De su grave complejidad dan cuenta precoces traducciones árabes del siglo IX; sorprendentes trabajos filológicos hebreos del siglo X; maravillosas versiones al castellano y catalán de la baja Edad Media; originales y rarísimos traslados a las lenguas amerindias; polémicos documentos que revelaban, a pesar de la férrea censura, las ideas revolucionarias de la naciente modernidad; traducciones precisas y poéticas de la actualidad.
Este mapa tiene también sus lados de sombra: textos perdidos, censurados, destruidos, convertidos en procesos inquisitoriales, requisados, quemados, transformados en relleno de encuadernaciones, ocultos, nunca impresos, robados, olvidados. 1611 pretende aportar su esfuerzo a la tarea de recuperar y divulgar todo lo que se pueda de esa extraordinaria memoria cultural.
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Barcelona
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